Constituciones de Santa Cruz
Las Constituciones de la Congregación de Santa Cruz tienen varias finalidades en la vida de cada sacerdote y hermano de Santa Cruz. En un nivel básico, son la regla de la vida que vivimos, proporcionando el esquema de cómo nuestra vida individual y común debe ser ordenada. Sin embargo, también sirven al propósito mucho más profundo de hablar de por qué hemos venido a esta vida en Santa Cruz, qué es lo que buscamos al entrar en esta vida y lo que ofrecemos a la Iglesia y al mundo a través de nuestra vida religiosa.
CONSTITUCIÓN 1: EL LLAMADO DE DIOS
- «Vengan, síganme». Era el Señor Jesús que nos llamaba.
- Ya éramos suyos, pues llevábamos el nombre de cristianos. Ya habíamos sido iniciados en su iglesia. Habíamos sido lavados en el bautismo, confirmados en nuestra fe y alimentados con la Eucaristía en memoria (recuerdo, u honor a) de Él. Sin embargo, parecía llegar un momento en el que el Señor nos estaba llamando para dar un paso más.
- Oímos una llamada a entregar nuestras vidas de una manera más explícita. Era una llamada a servir a todas las personas, creyentes y no creyentes. Les serviríamos por nuestra propia fe en que el Señor nos había amado y había muerto y resucitado por nosotros y que nos ofrece una participación en su vida, una vida más poderosa y duradera que cualquier pecado o muerte.
- Era una llamada que nos venía de fuera, pero también una que surgía dentro de nosotros, como de su Espíritu.
- Preguntamos cómo podríamos seguir y encontramos muchas huellas en el camino. Un gran grupo de hombres había pasado por allí, hombres que habían hecho y vivido sus votos, hombres que habían caminado juntos en su seguimiento del Señor. Nos llamaron para que nos uniéramos a ellos. Queríamos ser parte de la familia que habían formado para compartir su vida y su obra.
- Esta familia es la Congregación de la Santa Cruz, fundada por Basilio Antonio Moreau. Somos una comunidad de derecho pontificio: hombres que viven y trabajan bajo la aprobación y la autoridad del sucesor de Pedro. Somos una Congregación religiosa compuesta por dos sociedades distintas de religiosos, una de religiosos sacerdotes y otra de religiosos hermanos, unidos en una fraternidad indivisible.
- Nuestro compromiso es una invitación a nuestros hermanos cristianos para seguir su vocación y para nosotros, es una forma concreta de trabajar con ellos en la difusión del evangelio y con todos en el desarrollo de una sociedad más justa y humana.
- Quisimos abandonar todo para seguir a Cristo. Con el tiempo nos dimos cuenta de que aún había resistencia en nosotros. Deseamos ser íntegros, pero dudamos. Sin embargo, como los primeros discípulos, sabemos que Él nos atraerá y reforzará nuestras lealtades si nos abandonamos a Él.
CONSTITUCIÓN 2: LA MISIÓN
- Dios amó tanto al mundo que envió a su Hijo único para que tuviéramos vida y la tuviéramos en abundancia. En la plenitud de los tiempos, el Señor Jesús vino entre nosotros ungido por el Espíritu para crear un reino de justicia, amor y paz. Su gobierno no sería un simple régimen terrenal: iniciaría una nueva creación en cada tierra. Su poder estaría dentro y fuera, rescatándonos de la injusticia que sufrimos y también de la que infligimos.
- Esta fue la buena noticia que muchos malinterpretaron y muchos rechazaron. El Señor Jesús fue crucificado. Pero el Padre lo resucitó a la gloria y Cristo insufló su Espíritu en su pueblo, la iglesia. Muriendo y resucitando con Él en el bautismo, sus seguidores son enviados a continuar su misión, acelerar la venida del reino.
- El mismo Espíritu movió al Padre Moreau a fundar la comunidad de Santa Cruz en la que hemos respondido a la llamada de servir a Cristo. Vivimos y trabajamos juntos como sacerdotes y hermanos. Nuestro respeto mutuo y nuestro empeño compartido debieran ser un signo esperanzador del reino y lo son, cuando los demás pueden contemplar cómo nos amamos los unos a los otros.
- Como discípulos de Jesús estamos al lado de todas las personas. Como ellos, estamos agobiados por las mismas luchas y acosados por las mismas debilidades; como ellos, somos renovados por el mismo amor del Señor; como ellos, esperamos un mundo donde prevalezcan la justicia y el amor. Así, allí donde la congregación nos envíe por medio de sus superiores, vamos como educadores en la fe a aquellos cuya suerte compartimos, apoyando en todas partes a los hombres y mujeres de gracia y buena voluntad en sus esfuerzos por formar comunidades del reino venidero.
- Cristo fue ungido para llevar la buena noticia a los pobres, la liberación a los encarcelados, la vista a los ciegos, la sanación a los corazones heridos. Nuestros esfuerzos, que son los suyos, llegan a los afligidos y de manera preferente a los pobres y oprimidos. Venimos no sólo como servidores, sino también como sus prójimos, para estar con ellos y ser de ellos. No es que tomemos partido contra los enemigos pecadores; ante el Señor todos somos pecadores y ninguno es un enemigo. Nos ponemos al lado de los pobres y de los afligidos porque sólo desde allí podemos llamar, como lo hizo Jesús, a la conversión y liberación de todos.
- La misión no es sencilla, porque las pobrezas que queremos aliviar no lo son. Hay redes de privilegios, prejuicios y poder tan comunes que a menudo ni los opresores ni las víctimas son conscientes de ellas. Debemos ser conscientes y también comprensivos gracias a la comunión con los empobrecidos y al aprendizaje paciente. Para que el reino venga a este mundo, los discípulos deben tener la capacidad de ver y el valor de actuar.
- Nuestra preocupación por la dignidad de todo ser humano como hijo predilecto de Dios dirige nuestra atención a las víctimas de todo perjuicio: prejuicio, hambre, guerra, ignorancia, infidelidad, abuso, calamidad natural….
- Para muchos de nosotros en Santa Cruz, la misión se expresa en la educación de los jóvenes en las escuelas, colegios y universidades. Para otros, nuestra misión como educadores tiene lugar en las parroquias y otros ministerios. Dondequiera que trabajemos, ayudamos a otros no sólo a reconocer y desarrollar sus propios dones, sino también a descubrir el anhelo más profundo de sus vidas. Y, como en todo trabajo de nuestra misión, descubrimos que nosotros mismos podemos aprender mucho de aquellos a quienes estamos llamados a enseñar.
- Nuestra misión nos envía a través de fronteras de todo tipo. A menudo debemos adaptarnos a más de un pueblo o cultura, lo que nos recuerda una vez más que cuanto más lejos lleguemos en la entrega, más recibiremos. Nuestra experiencia más amplia nos permite apreciar y criticar todas las culturas y descubrir que ninguna cultura de este mundo puede ser nuestro hogar permanente.
- Todos estamos comprometidos en la misión: los que salen a trabajar y los que con su trabajo sostienen a la propia comunidad, los que están en la plenitud de sus fuerzas y los que se ven impedidos por la enfermedad o la edad, los que habitan en la compañía de una comunidad local y los que son enviados a vivir y trabajar por su cuenta, los que están activos en sus trabajos y los que todavía están en formación. Todos nosotros, como una sola hermandad, estamos unidos en una respuesta comunitaria a la misión del Señor.
- Periódicamente revisamos la eficacia de nuestros ministerios en el cumplimiento de nuestra misión. Debemos evaluar la calidad, las formas y las prioridades de nuestros compromisos en cuanto a la eficacia con que sirven a las necesidades de la iglesia y del mundo.
- Nuestra misión es la del Señor y también la fuerza para realizarla. Nos dirigimos a Él en oración para que nos abrace más firmemente a Él y utilice nuestras manos e ingenio para hacer el trabajo que sólo Él puede hacer. Entonces nuestro trabajo mismo se convierte en una oración: una entrega que habla al Señor que actúa a través de nosotros.
CONSTITUCIÓN 3: LA ORACIÓN
- Dios ha insuflado su propio aliento en nosotros. Hablamos a Dios con el anhelo y las palabras de los hijos a un Padre, porque el Espíritu nos ha hecho hijos adoptivos en Cristo. El mismo Espíritu que nos proporciona la energía y el impulso para seguir al Señor y aceptar su misión, nos da también el deseo y la palabra para la oración.
- Nuestros pensamientos no son cómodamente los pensamientos de Dios, ni nuestras voluntades su voluntad. Pero a medida que le escuchemos y conversamos con Él, vamos entendiéndolo a Él y a sus designios. Cuanto más lleguemos a través de la oración a saborear lo que es correcto, mejor trabajaremos en nuestra misión para la realización del reino.
- Oramos con la iglesia, oramos en comunidad y oramos en soledad. La oración es fe atenta al Señor y en ella cada uno de nosotros lo encuentra personalmente, además de estar en la compañía de otros que lo reconocen como Padre.
- Ante el Señor aprendemos cuál es su voluntad para hacer, pedimos que a nadie le falte el pan de cada día, nos atrevemos a igualar perdón por perdón y suplicamos sobrevivir a la prueba. Deseamos que su nombre sea alabado, que venga su reino y que seamos sus fieles servidores en la labranza del mismo.
- Al igual que los primeros discípulos cansados de velar, encontramos la oración un reto. Incluso nuestro ministerio puede ofrecerse como una excusa convincente para ser negligente, ya que nuestros esfuerzos por el reino nos tientan a imaginar que nuestro trabajo puede suplir nuestra oración. Pero sin oración vamos a la deriva y nuestro trabajo ya no es para el Señor. Para servirle honestamente debemos orar siempre y no rendirnos. Él nos bendecirá a su tiempo, aligerará nuestras cargas y colmará nuestra soledad.
- Cuando le servimos fielmente, es nuestro trabajo el que nos lleva a la oración. La abundancia de sus dones, el desaliento por nuestra ingratitud y el clamor de las necesidades de nuestro prójimo, todo esto nos reafirma en nuestro ministerio y nos atrae a la oración.
- No puede haber una comunidad cristiana que no se reúna en el culto y en la oración. Esto es una verdad para la Iglesia y también para Santa Cruz. La cena del Señor es la principal asamblea de oración de la Iglesia. Es nuestro deber y necesidad partir ese pan y compartir ese cáliz cada día, a menos que lo impida una causa grave. Allí nos fortalecemos para el camino al cual nos ha enviado el Señor. Cuando participamos en esta mesa de comunión por excelencia, nos damos cuenta de nuestra estrecha cercanía como fraternidad.
- Aunque somos una congregación apostólica con vínculos y responsabilidades que nos unen a otras comunidades de culto, en Santa Cruz también tenemos la necesidad de orar y adorar juntos con una regularidad que se determina en cada casa. Conviene especialmente que nos unamos en las dos horas principales de la liturgia diaria de la iglesia, la oración de la mañana y la oración de la tarde y que todos dispongamos de tiempo para participar en ellas. Además de las oraciones formales de la iglesia, también tenemos el beneficio de sólidas devociones populares como las de la Madre de Dios.
- Las fiestas del año litúrgico unirán a algunos de nosotros como comunidad, pero enviarán a otros fuera de ella. Nuestras propias fiestas, sin embargo, deberían darnos a todos la ocasión de rezar y celebrar juntos en familia. La principal es la solemnidad de Nuestra Señora de los Dolores, día de recuerdo en toda la congregación, pues es la patrona de todos nosotros. Celebramos también las solemnidades del Sagrado Corazón y de San José, las principales fiestas de los sacerdotes y de los hermanos. También están las fiestas de nuestros santos predecesores en Santa Cruz. Como congregación tenemos nuestro propio ciclo de celebraciones cuando nos reunimos para las profesiones, ordenaciones, aniversarios y funerales.
- Más allá de la liturgia que nos convoca en la iglesia y la congregación, está la oración que cada uno debe ofrecer al Padre en silencio y en soledad. Contemplamos al Dios vivo, ofreciéndonos a ser atraídos por su amor y aprendiendo a acoger ese mismo amor en el corazón. Entramos así en el misterio del Dios que ha elegido habitar en medio de su pueblo. Su presencia eucarística es la prenda de ello. Por eso es especialmente conveniente que recemos en presencia del Santísimo Sacramento. Cada uno de nosotros necesita el alimento de al menos media hora de oración silenciosa diaria. Necesitamos también asimilar la Sagrada Escritura y leer reflexivamente libros sobre la vida espiritual. Los miembros de Santa Cruz reflexionarán regularmente estas constituciones, que son una regla para su vida.
- Cada uno de nosotros tiene la necesidad de apartarse de sus ocupaciones y preocupaciones anualmente, para hacer un retiro de varios días de oración y reflexión sin interrupciones. En esa pausa pretendemos estar únicamente atentos a la moción del Espíritu. Podemos ver nuestra vida y nuestro trabajo bajo una luz fresca y brillante; podemos encontrar la convicción de responder al Espíritu y cambiar el rumbo en el que la costumbre y la conveniencia nos pudieran haber instalado. Una oración prolongada como ésta puede ser lo suficientemente intensa como para reavivar nuestro amor por el compromiso con el Señor, el que puede bajar de intensidad. Asimismo, las jornadas periódicas de recogimiento renuevan nuestra entrega.
- No somos sólo nosotros los que oramos, sino su Espíritu el que ora en nosotros. Y nosotros que llegamos a estar ocupados anunciando el reino del Señor, necesitamos volver con bastante frecuencia a sentarnos a sus pies y escuchar con más atención.
CONSTITUCIÓN 4: LA FRATERNIDAD
- Nuestro llamado es servir al Señor Jesús en la misión, no como individuos independientes, sino como fraternidad. Nuestra vida comunitaria reaviva la fe que hace de nuestro trabajo un ministerio y no sólo un empleo; nos fortalece con el ejemplo y el estímulo de nuestros hermanos; y nos protege de sentirnos abrumados o desanimados por nuestro trabajo.
- Estrechamos nuestros lazos como hermanos viviendo juntos en comunidad. Si no amamos a los hermanos que vemos, no podemos amar al Dios que no hemos visto. En nuestra vida común damos una expresión inmediata y tangible a lo que profesamos con nuestros votos: en la comunidad local compartimos la compañía, los bienes y los esfuerzos unidos de nuestro celibato, pobreza y obediencia.
- Nuestro modo ordinario y deseable de vivir es en una comunidad local, normalmente una casa religiosa establecida. Cuando las formalidades de dicha casa son inaplicables, la comunidad local se designa como residencia.
- Si por necesidades de la misión, de los estudios o de la salud, dispone la Congregación designar a un miembro a vivir fuera de una casa religiosa, tanto el individuo como la comunidad deben esforzarse por asegurar el acceso del religioso a la compañía fraterna, convirtiéndose en un miembro no residencial de una comunidad local cercana o en un miembro activo de una agrupación regional. Si por cualquier otra razón el provincial, con el consentimiento de su consejo y previa notificación al superior general, permite a un miembro residir fuera de una casa local o residencia, deberá ser por un período no superior a un año.
- Una comunidad debe acercarse de manera decidida y sensible a los miembros que están enfermos o angustiados o que se ausentan con frecuencia. Cuando los miembros se jubilan o tienen problemas de salud, debemos tener comunidades que los reciban y los atiendan. Nos reunimos como comunidad para ungir a cualquier hermano amenazado por una enfermedad o lesión grave o incapacitado por la edad y pedimos en oración, por la recuperación de su cuerpo y por la generosa perseverancia de su espíritu. Y cuando lleguemos a la muerte, debemos saber que, especialmente entonces, nuestros hermanos están a nuestro lado, pues nos sostienen y recuerdan aún más en sus oraciones.
- Toda comunidad local tiene un superior que preside y gobierna y un consejo que le entrega consejo y consentimiento. Sin embargo, el bienestar común de una casa se beneficia de las deliberaciones compartidas de todos sus miembros. Por eso el superior convocará periódicamente a la comunidad para considerar su vida y misión comunes, a la luz del evangelio de Cristo. Este capítulo local se convertirá en un instrumento de reflexión y renovación para la comunidad. Sus deliberaciones incluirán las preocupaciones pragmáticas de la vida diaria, pero deben ser también un medio para que los hombres de fe exploren juntos la vida del espíritu, no sea que hablemos menos de los que nos importa más.
- Somos hombres que trabajan. También somos hombres que necesitan revitalizarse después de ese trabajo. Cada comunidad local, necesita proporcionar alguna medida de privacidad doméstica donde podamos estar en casa entre nosotros y encontrar un lugar de silencio para la oración, la recreación, el estudio y el descanso.
- Los que se preocupan por nosotros y por el reino esperarán que nuestro modo de vida sea modesto y sencillo. Sin embargo, nuestras comunidades locales deberán ser generosas para continuar nuestra tradición de hospitalidad con los hermanos, con los que trabajan con nosotros, con nuestros parientes, vecinos y con los pobres, especialmente con los que no tienen quien los acoja. La medida de nuestra generosidad será la sinceridad, la sencillez y la sensibilidad de nuestra acogida. Pero lo que más tendremos que compartir con los demás, será nuestra convivencia juntos como hermanos en unidad.
- Como hombres que comparten su vida en comunidad, llegamos a conocernos de cerca. Las faltas y los defectos harán, de vez en cuando, que seamos una prueba para los demás. Las diferencias de opinión, los malentendidos y los resentimientos pueden, perturbar la paz en nuestra comunidad. Por ello, forma parte de nuestra vida el corregirnos y disculparnos fraternalmente unos a otros y reconciliarnos de forma franca pero discreta. Así, nuestros mismos fracasos pueden ser transformados por la gracia de Dios en una amistad más estrecha.
- Es esencial para nuestra misión que nos esforcemos por permanecer tan atentamente unidos, que la gente diga: «Miren cómo se aman». Seremos entonces un signo en un mundo alienado: hombres que, por amor a su Señor, se han convertido en prójimos más cercanos, amigos de confianza, hermanos.
CONSTITUCIÓN 5: CONSAGRACIÓN Y COMPROMISO
- Aceptamos la llamada del Señor a comprometernos pública y perpetuamente como miembros de la Congregación de la Santa Cruz por los votos consagrados de celibato, pobreza y obediencia. El misterio y el significado de estos votos son grandes. Y, sin embargo, su sentido es sencillo. Son un acto de amor por el Dios que nos amó primero. Por nuestros votos nos comprometemos a una intimidad de corazón íntegro con Dios, a una dependencia confiada en Dios y a una entrega dispuesta a Dios. Queremos así vivir a imagen de Jesús, que fue enviado por amor a anunciar el reino de Dios y que nos invita a seguirle.
- Profesamos los votos por esta misma misión de Jesús. En el celibato consagrado queremos amar con la libertad, apertura y disponibilidad que se reconocen como signo del Reino. En la pobreza consagrada buscamos compartir la suerte de los pobres y unirnos a su causa, confiando en que el Señor proveerá. En la obediencia consagrada nos unimos a nuestros hermanos de comunidad y a toda la Iglesia en la búsqueda de la voluntad de Dios. No creemos que quienes se comprometen de otra manera en el seguimiento de Jesús, servirán menos al prójimo. Por el contrario, encontramos en ellos compañeros dispuestos y complementarios en la misión compartida. Queremos que nuestros votos, fielmente vividos, sean testimonio y llamada para ellos, como sus compromisos, fielmente vividos, son testimonio y llamada para nosotros.
- También nos dedicamos a ser signos proféticos a través de estos votos. Somos peregrinos en este mundo y anhelamos la llegada de la nueva creación mientras intentamos ser administradores en esta tierra. El mundo está bien provisto de dones de la mano de Dios, pero a menudo se adoran los dones y se ignora al Dador. Queremos vivir nuestros votos de tal manera que nuestras vidas pongan en tela de juicio las fascinaciones de nuestro mundo: el placer, la riqueza y el poder. Los profetas se presentan ante el mundo como signos de lo que tiene valor duradero y los profetas hablan y actúan en el mundo como compañeros del Señor al servicio de su reino. Rezamos para vivir nuestros votos lo suficientemente bien para ofrecer tal testimonio y servicio.
- Nuestros votos nos unen en comunidad. Nos comprometemos a compartir entre nosotros lo que somos, lo que tenemos y lo que hacemos. Así formamos una comunidad como lo hicieron los primeros que creyeron en la resurrección de Cristo y fueron poseídos por su Espíritu. Todo el grupo de creyentes estaba unido, de corazón y de alma. Nadie reclamaba como propia ninguna posesión, ya que todo lo que poseían era de todos. Con una sola mente compartían la misma enseñanza, una vida común, el partimiento del pan y la oración.
- Por nuestro voto de celibato nos comprometemos a buscar la unión con Dios en la castidad de por vida, renunciando para siempre al matrimonio y a la paternidad por el bien del reino. También prometemos lealtad, compañerismo y afecto a nuestros hermanos en Santa Cruz. La apertura y la disciplina en la oración, la ascética personal, el servicio compasivo y el amor dado y recibido en comunidad son apoyos importantes para vivir generosamente este compromiso. Nuestra esperanza y nuestra necesidad son vivir bendecidos por relaciones fieles y afectuosas con amigos y compañeros de misión, relaciones que reflejan la intimidad y la apertura del amor de Dios por nosotros.
- Por nuestro voto de pobreza nos sometemos a la dirección de la autoridad comunitaria en el uso y disposición de los bienes, pues nos comprometemos a tener nuestros bienes en común y a compartirlos como hermanos. Toda remuneración por nuestros servicios, ingresos, donaciones y beneficios son nuestros para compartirlos o disponer de ellos como comunidad. En todo esto, nuestra esperanza es que la bolsa común sea expresión de la verdadera confianza de unos en otros en Santa Cruz y libere nuestros corazones para ser poseídos por el Señor.
- Al mismo tiempo, por este voto renunciamos al uso y disfrute de nuestros propios bienes materiales. Aunque cualquiera de nosotros puede poseer o adquirir bienes privados, los alejamos de nuestra vida al asignar a otros su administración, uso y beneficios. Las herencias, los legados y las donaciones, que por su propia naturaleza o por la intención del donante están destinados a ser bienes personales de un miembro de la comunidad, se presumen propios. Para aceptar o renunciar a una herencia o legado se requiere el permiso del superior o director local. En cuanto a las donaciones, este permiso sólo se requiere para aceptarlos. Para desprenderse total o parcialmente de sus bienes, el miembro en votos perpetuos debe tener permiso del superior general y seguir las disposiciones civiles.
- Por nuestro voto de obediencia nos comprometemos a adherirnos fielmente a las decisiones de las autoridades de Santa Cruz según las constituciones; también debemos obediencia al Papa. Renunciamos al ejercicio independiente de nuestras voluntades para unirnos a los hermanos en un discernimiento común de la voluntad de Dios manifestada en la oración, la reflexión comunitaria, la Sagrada Escritura, la guía del Espíritu en la Iglesia y el clamor de los pobres. Este voto incluye la totalidad de nuestra vida en Santa Cruz y a través de él, esperamos descubrir y aceptar la voluntad del Señor con mayor seguridad.
- Nuestros votos no sólo nos unen en comunidad, sino que han de marcar nuestra vida en comunidad. El amor abierto, generoso y hospitalario ha de caracterizar nuestras casas y nuestro servicio. Como congregación y en cada una de nuestras comunidades locales, nos comprometemos a utilizar pocos bienes y a vivir con sencillez. En el discernimiento de la llamada de Dios, somos una hermandad al servicio de la iglesia universal bajo la dirección pastoral del Papa; y no somos menos responsables de las necesidades de las iglesias locales allí donde vivimos y trabajamos. En lo que se refiere al culto, al ministerio pastoral y a nuestra labor por el reino, estamos bajo la autoridad pastoral de los obispos.
- Vivimos nuestra consagración en muchas tierras y culturas. Nuestro compromiso es el mismo dondequiera que estemos, pero tratamos de expresarlo de una manera enraizada y enriquecida por los diversos contextos y culturas en los que vivimos. De este modo, esperamos que nuestro testimonio y servicio sean más eficaces para el Reino.
- Cuando profesamos nuestros votos públicos, declaramos:
Yo (nombre)
Me presento ante Jesucristo,
el Hijo de Dios y mi Señor,
en la asamblea de su iglesia,
en medio de la Congregación de la Santa Cruz
y ante ti, (nombre y cargo de
la persona que recibe los votos)
para profesar mi dedicación y mis votos.
Creo que he sido llamado
por el Padre y guiado por el Espíritu
para ofrecer mi vida y mi trabajo
al servicio del Señor
para responder a las necesidades de la Iglesia y del mundo.
Por lo tanto, hago a Dios para siempre
(por … año(s)
los votos de castidad, pobreza y obediencia
según las constituciones
de la Congregación de la Santa Cruz.
Que el Dios que me permite y me invita
a hacer este compromiso
me fortalezca y proteja para ser fiel a él.
- El religioso que pronuncia los votos puede proponer a la aprobación del provincial o de su delegado modificaciones en esta fórmula, excepto en la parte invariable que se indica en cursiva.
- Nuestra consagración es pública, ya que estamos llamados a dar paso adelante en servicio y testimonio. Por lo tanto, es deseable que se nos conozca y se nos vea habitualmente como miembros de la congregación. De acuerdo con las costumbres de la iglesia local y las decisiones de nuestros capítulos provinciales, llevamos un atuendo apropiado para los religiosos. El símbolo de la congregación, la cruz y las anclas, se lleva para identificarnos como miembros de Santa Cruz.
CONSTITUCIÓN 6: FORMACIÓN Y TRANSFORMACIÓN
- Los discípulos siguieron al Señor Jesús en su ministerio de proclamar el reino y sanar a los afligidos. Jesús también pasaba largos días a solas con sus discípulos, hablándoles de los misterios de su reino y formándolos para que ellos también pudieran ser enviados a su misión. Más tarde volverían para sus comentarios y una escucha más profunda a causa de lo que habían experimentado. Incluso más tarde fueron visitados por el fuego de su Espíritu, que transformó su comprensión de todo lo que les había enseñado. Nosotros también somos enviados a Su misión como hombres formados y necesitados de formación permanente para Su servicio.
- Pronunciamos nuestros votos en un momento, pero vivirlos por el bien del Reino es un trabajo de toda una vida. Ese cumplimiento exige de nosotros más que el mero deseo, más incluso que la decisión firme. Exige la conversión de nuestros hábitos, de nuestro carácter, de nuestras actitudes, de nuestros deseos.
- Lo mismo ocurre con nuestro compromiso como cristianos. Nuestra consagración en el bautismo es el punto de partida en un camino que nos exige, como a todo su pueblo, ser reformados por la gracia creadora del Señor una y otra vez. Lo mismo ocurre con nuestra vida en una comunidad religiosa, que debe haber formado en nosotros, por la gracia de Dios, la semejanza viva de Jesucristo.
- El camino comienza antes de nuestra profesión y no termina hasta nuestra resurrección. Seremos creados de nuevo hasta el punto de poder decir: «Ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí». Es el Señor quien nos da tanto el deseo como la realización. Por nuestra parte, debemos someternos a la sabiduría y a la disciplina que nos purificará de nuestro egoísmo y nos hará íntegros en el servicio a su pueblo.
- Nuestra experiencia en Santa Cruz es exigente. También es alegre. Y debería darnos una vida a la que con gusto invitaríamos a los demás. La llamada del Señor se oirá en nuestro firme testimonio del Evangelio, en el compañerismo que nos ofrecemos unos a otros, en la alegría con la que servimos en nuestra misión sin fijarse en el costo y en la sincera acogida que ofrecemos abiertamente a los hombres que se unen a nosotros. Si somos felices en nuestra vocación, la compartiremos con los demás.
- Los postulantes que llegan a la congregación merecen que cultivemos su madurez, su fe, su generosidad, su aprendizaje y su capacidad de vivir en comunidad. Con ellos evaluamos su carácter y su crecimiento como cristianos y tanto discernimos como les ayudamos a discernir si están dispuestos y son capaces de avanzar a formar parte de nuestra congregación. La duración de su postulantado la determina el provincial y es él, quien admite a los postulantes al noviciado.
- El noviciado es el comienzo de la vida en la congregación. Se ayuda a los novicios a formarse en la meditación y la oración, en los servicios mutuos de la vida común, en el servicio apostólico y en el conocimiento de la historia y la espiritualidad, el carácter y la misión de Santa Cruz. En resumen, se les desafía y se les ayuda a abrir sus corazones al Evangelio, a vivir bajo el mismo techo con otros y a crear una fraternidad de discípulos. El noviciado es su aprendizaje en el celibato, la pobreza y la obediencia. El director, o maestro de novicios, nombrado por el provincial y bajo su autoridad, tiene plena responsabilidad personal en la formación de los novicios.
- El provincial examina las calificaciones de los postulantes para su válida admisión y, con el consentimiento de su consejo, los admite al noviciado. Determina también la fecha y el modo en que comienza el período de noviciado.
- El noviciado tiene lugar en una casa designada por el superior general con el consentimiento de sus asistentes. Su duración es de al menos doce meses en la casa del noviciado y de no más de dos años, incluyendo breves períodos de ministerio activo. Las ausencias se regulan según el derecho canónico. El noviciado concluye con la profesión de los votos temporales, a los cuales el novicio es admitido por el provincial. Sus votos son recibidos, como en todo estado de profesión posterior, por el provincial o su delegado, a no ser que los reciba el superior general.
- Antes de su profesión, el novicio cede libremente la administración de sus bienes a quien quiera y dispone de su uso y beneficios durante todo el tiempo en votos. Esto lo hace en forma escrita, válida según el derecho civil, con la estipulación de que es revocable.
- Nadie admitido como novicio en una sociedad de Santa Cruz puede cambiarse a la otra sociedad, sin el acuerdo del o de los provinciales involucrados, quienes deben contar con el consentimiento de los consejeros provinciales y con el permiso del superior general dado con el consentimiento de sus asistentes.
- A esta profesión de votos le sigue normalmente un programa de formación que involucra a los nuevos miembros en estudios adicionales y prácticas dirigidas a su eventual forma de servicio y a las necesidades de nuestra misión. Todos los miembros reciben formación teológica y pastoral para un ministerio laico u ordenado. Se les anima a reflexionar sobre su experiencia apostólica, comunitaria y vital a la luz del Evangelio y de la investigación teológica sistemática. Asimismo, se les lleva a profundizar en su vida espiritual y en la oración, especialmente a través de una relación constante con su director espiritual. Mientras tanto, se cultivan y evalúan la madurez, el juicio y la generosidad necesarios para la misión y la vida en común. Así, cada vez que el provincial admite a un miembro a la renovación de sus votos, representa nuestra afirmación de su crecimiento hacia un carácter sólidamente humano, explícitamente cristiano y mejor preparado para una vida en Santa Cruz.
- El período de formación inicial en votos temporales después del noviciado, es de al menos tres años y usualmente no más de seis. Puede ser extendido en casos particulares, por el provincial hasta por otros tres años. Concluye con la profesión de votos perpetuos, a la que el miembro es admitido por el superior general. Esta profesión va precedida de un tiempo de preparación inmediata determinado por el provincial.
- Antes de la profesión perpetua, el religioso hace un testamento que debe ser válido según el derecho civil y prever todos los bienes presentes o futuros. Cualquier cambio en este testamento o en su anterior cesión de administración y disposición de bienes, requiere el permiso del provincial. El permiso del superior local o del director es suficiente para cambiar el testamento, cuando la urgencia no permita recurrir al provincial, cuando sean acciones usuales exigidas por el derecho civil y, cuando sea la disposición de los bienes. Si un religioso deja la comunidad, esta cesión de administración queda nula y se le devuelve el testamento.
- Los que vienen desde otros institutos religiosos, si están en votos perpetuos, siguen un programa de al menos tres años determinado por el provincial de acuerdo con el derecho canónico.
- Todos deben tener la oportunidad de recibir la mejor formación pastoral y teológica y la mejor educación superior que sea necesaria y que, como comunidad comprometida con la pobreza, seamos capaces de entregar. Pero ya que todos en la congregación deben, en beneficio de su ministerio y de sí mismo, cultivar una mente inquisitiva y bien nutrida, ampliada por su experiencia y reflexión, no hay edad en la que podamos dejar de lado el aprendizaje sistemático o experimental o la educación continua.
- Debemos dar a los miembros en formación inicial acceso a los beneficios propios de estar en la Congregación de Santa Cruz. Somos una comunidad de religiosos clérigos y laicos. La iniciación de los miembros de cada sociedad es más completa si tienen alguna experiencia de la otra sociedad. Los programas de formación cooperativa entre sociedades y provincias y, si es posible, con nuestras hermanas en Santa Cruz, hacen que estas ventajas sean aún más accesibles. Además, como somos una congregación internacional, es beneficioso para todos que algunos puedan recibir una parte de su formación en otras provincias, distritos o culturas.
- La oportunidad de una experiencia directa y supervisada de la vida, el sufrimiento y las esperanzas de los pobres debería darse durante la formación inicial y también en la formación permanente. Para los religiosos de cualquier edad puede ser una experiencia formativa y transformadora.
- La formación inicial es supervisada y principalmente impartida por miembros de la congregación con votos perpetuos. El personal de una casa de formación comparte con el superior la responsabilidad del desarrollo de todos los miembros del programa. Deben ser educadores eficaces en la fe, tener una amplia experiencia de vida y ministerio en Santa Cruz y estar adecuadamente preparados para sus funciones. Trabajan juntos como un equipo y viven en una comunidad con los que están en formación. Los programas de formación se organizan de modo que cada persona pueda asumir la responsabilidad conforme a su formación y que tanto él como la congregación puedan discernir la realidad de su vocación.
- Al terminar la formación inicial, la supervisión propia de ese período llega a su fin. Pero es precisamente en este momento de transición hacia una mayor autonomía, cuando nos sentimos menos responsables de nuestra vida personal, comunitaria y apostólica, cuando formamos hábitos que son duraderos. Las provincias aseguran el porvenir de esta transición en la vida y el trabajo de los miembros, de modo que la formación es realmente permanente.
- Se suele imaginar que nuestra formación es más amplia cuando somos principiantes. Pero, a menudo, nuestras experiencias formativas más radicales nos llegan cuando estamos bien adentrados en la edad adulta. En efecto, podemos entender y aceptar mejor un profundo autoexamen, el cuestionamiento de nuestras arraigadas suposiciones y ambiciones y la profundización de la iniciación en Cristo; cuando hemos recorrido el camino de la experiencia y la responsabilidad adulta. Los programas de renovación continua en la comunidad son una forma muy útil de compartir esa formación permanente.
- La formación permanente es crecimiento permanente. El examen de conciencia, como ayuda diaria para el autoconocimiento y la autodeterminación, nos permite descubrir cómo acertamos o cómo fallamos tanto en nuestra vida común como en nuestra misión. Una gracia aún más poderosa se da en la confesión sacramental practicada con adecuada frecuencia, por la que cada uno de nosotros abre su conciencia al Señor, al ministro del Señor y a sí mismo y allí encuentra la reconciliación con el prójimo y el perdón del Señor, que dio su vida para que ninguno de nosotros se le perdiera. La dirección espiritual resulta aún más ventajosa a medida que envejecemos en la congregación, pues a medida que ganamos en antigüedad y responsabilidad en nuestro trabajo, puede resultarnos más difícil dar cuenta honestamente ante Dios de lo que hacemos con nuestra vida y por qué. Todas estas prácticas forman parte de la formación habitual y deseable a lo largo de nuestra vida. Y todas ellas nos ayudan a fijar nuestras mentes y nuestros corazones, con mayor atención y generosidad en el Señor y en nuestro servicio a su pueblo.
- A pesar de nuestra preocupación que cada sacerdote y hermano de Santa Cruz se beneficie de una formación permanente en Cristo, también sabemos que algunas de las transformaciones más decisivas son un regalo gratuito de Dios para nosotros, no cuando nos conformamos con su voluntad, sino cuando le hemos fallado gravemente. Para algunos, la crisis puede venir como una depresión nerviosa, un fracaso en manejar alguna de las transiciones de la vida. Para otros, puede ser una larga trayectoria de autoindulgencia y engaño que termina en un colapso. Por más que se desintegren los beneficios de nuestra formación, por más que caigamos, necesitamos la confrontación solidaria y el estímulo sensible de nuestros hermanos para rehabilitarnos. Así es como algunos de los hombres más sabios y fuertes de nuestra comunidad han surgido, por la gracia de Dios, entre nosotros. Del mismo modo, Pedro se convirtió en el verdadero y fiable discípulo del Señor, no durante los días en que le siguió en Galilea, sino después de que renegara de su Señor y llorara y se le diera la oportunidad, no de ser como antes, sino de servir como nunca había servido.
- Así aprendemos que tanto la formación como la transformación son dones del Señor que nosotros, como comunidad, podemos ayudarnos a recibir.
CONSTITUCIÓN 7: AUTORIDAD Y RESPONSABILIDAD
- No puede haber comunidad entre nosotros si nuestra vida y misión comunes no se rigen por deliberaciones y decisiones que nos lleven a todos a una unidad de pensamiento, sentimiento y acción. A esas deliberaciones y decisiones, todos estamos obligados, como hombres comprometidos con la obediencia, tanto a contribuir como a responder.
- Debemos ser responsables cada uno de nosotros de la conformidad de nuestra vida con el Evangelio y de la armonía de nuestros ministerios con la misión de Cristo. En el capítulo, en el consejo o como individuos, debemos a nuestros hermanos un intercambio franco y respetuoso sobre las decisiones que se van a tomar y que nos afectan a todos. El Espíritu del Señor puede elegir a cualquiera de nosotros para decir las verdades que todos necesitamos escuchar. Nuestro mismo voto de obediencia nos obliga a cada uno a asumir la responsabilidad correcta para el bien común.
- La autoridad es un ministerio entre nosotros y para nosotros y recae en nuestros superiores, que actúan de acuerdo con nuestras constituciones y estatutos. Ellos suscitan y se abren al diálogo entre los miembros, presiden el logro de un consenso, si es posible y luego, se encargan de que se tomen las decisiones. Ya sea que actúe por su propio juicio o después de una consulta o con el solicitado consentimiento de otros, un superior debe contextualizar las decisiones que mejor puede sostener en conciencia.
- La primera obligación de un superior es predicar y dar testimonio del Evangelio a sus hermanos. Debe mantener ante nosotros la llamada del Señor y conducirnos a una respuesta comunitaria e individual. También debe convocarnos al cumplimiento de nuestros compromisos como miembros de Santa Cruz.
- El superior también debe presidir. Cada miembro es responsable del bien común, pero es tarea del superior motivar este sentido de responsabilidad comunitaria en cada uno de nosotros. Él hace que nuestras contribuciones individuales se unan a las de los demás en favor de nuestra vida y misión en común.
- El superior es también un pastor encargado del bienestar espiritual y físico de cada miembro individual. Nos debe aliento, gratitud, corrección, solicitud y todo lo que cada uno pueda necesitar. Con tacto y prudencia cuida del bienestar general de cada persona, así como de la comunidad.
- El provincial establece una comunidad local según las normas establecidas por el capítulo provincial. Esas normas tendrán en cuenta las necesidades de la bolsa común, la mesa común y la oración común.
- Las casas son establecidas por el provincial con el consentimiento escrito del obispo diocesano y pueden ser suprimidas por el superior general, previa consulta al obispo. Las residencias pueden ser suprimidas por el provincial.
- La comunidad local está bajo la autoridad de un superior o, si la comunidad no cumple los requisitos de una casa religiosa, de un director. Son nombrados por el provincial, previa consulta con la comunidad local y deben llevar al menos un año de votos perpetuos. Los superiores son nombrados por un período de tres años y la reelección más allá de un segundo período consecutivo requiere el consentimiento del superior general. Los directores ejercen la autoridad delegada en nombre del provincial y son nombrados por períodos variables, pero normalmente por no más de seis años consecutivos.
- El superior o director es asistido por un consejo local que le asesora y da consentimiento. En las comunidades más grandes, el consejo local se compone de al menos tres miembros. En las comunidades más pequeñas todos los miembros pueden constituir el consejo. Los consejeros ejercen sus funciones durante el mismo período que el superior y pueden ser elegidos para períodos consecutivos. Son miembros de votos perpetuos. En casos excepcionales, un miembro que tiene por lo menos cuatro años con votos temporales puede ser designado, pero no elegido como consejero, aunque nunca podrá ser asistente superior o subdirector. En una casa con miembros de ambas sociedades en números importantes, cada sociedad debe estar representada por al menos un miembro en el consejo.
- Un distrito es un sector de una provincia que se encuentra fuera o dentro de sus límites geográficos, pero bajo su jurisdicción. Es constituido o suprimido por el capítulo provincial con la aprobación del superior general. Tiene la autonomía necesaria para desarrollar su vida común y sus ministerios y se rige bajo las normas establecidas por el capítulo provincial.
- El superior de distrito es elegido o nombrado según las normas del distrito para un período de tres años renovable consecutivamente no más de dos veces. Debe haber profesado votos perpetuos durante al menos tres años. Es asistido por un consejo de al menos tres miembros. Si una sociedad es menos numerosa que la otra, pero sus miembros forman una parte sustancial del distrito, cada sociedad debe estar representada por al menos un miembro en el consejo.
- Una viceprovincia es un sector de la congregación que se aproxima a las condiciones requeridas para una provincia. Se establece y gobierna igual que una provincia, salvo que el capítulo general puede imponer restricciones a su autonomía. Las estructuras de gobierno, los estatutos del gobierno y los estatutos relativos a las provincias se aplican a las viceprovincias, a menos que el capítulo general haya tomado disposiciones particulares. El viceprovincial es un superior mayor con los derechos y deberes de un provincial, excepto en los casos en que se restringe.
- Una provincia es un sector de la Congregación que tiene un alto grado de autonomía. Es constituida por el Capítulo General y depende de un superior provincial. Actúa en una relación de subsidiariedad con el Superior General que coordina la colaboración entre las provincias. Ejerce la autonomía sobre su propia vida y misión comunes, de acuerdo con los valores y principios de nuestra vida articulados en las Constituciones. Cuenta con un número de casas locales y miembros y fuentes de financiación suficientes para sostener y desarrollar sus ministerios, la promoción vocacional, la formación y la vida común.
- Las provincias son homogéneas o mixtas: es decir, compuestas por miembros de una sociedad, sacerdotes o hermanos; o de ambas sociedades.
- La máxima autoridad de una provincia recae en el capítulo provincial, que debe discernir y decidir las cuestiones más importantes del bien común. A no ser que, en circunstancias particulares, el Superior General haya permitido un método alternativo de constitución de los miembros del capítulo, éste se compone de capitulantes de oficio: el provincial que preside, el asistente provincial, los superiores de distrito, los consejeros provinciales elegidos y, a no ser que el capítulo provincial anterior haya decidido lo contrario, los consejeros provinciales nombrados; y de capitulantes elegidos por los miembros de la provincia. Los capitulantes elegidos deben ser más numerosos que los de oficio. En una provincia mixta los delegados son elegidos en proporción al número de miembros de la provincia con voz activa en las respectivas sociedades.
- El capítulo provincial se reúne ordinariamente cada tres años. Analiza el estado de la vida y la misión común de la provincia, determina las principales políticas para el futuro, elige a los funcionarios y delegados de su competencia y establece y supervisa el desarrollo de los distritos. Requiere la presencia de dos tercios de los capitulantes para que los actos sean válidos.
- La provincia es guiada y gobernada por un provincial, que tiene autoridad personal sobre todos los miembros y casas. Es elegido por dos tercios de los votos del capítulo provincial o por un método alternativo previsto en los estatutos; su elección es confirmada por escrito por el superior general. Es elegido para un mandato de seis años y puede ser elegido para un mandato consecutivo de tres años. Debe haber estado en votos perpetuos durante al menos cinco años. Si desea renunciar, debe consultar primero con su consejo y luego presentar su renuncia al superior general. Si su cargo queda vacante, el asistente se convierte en provincial interino. El superior general, después de haber consultado a los miembros de la provincia, ordena al provincial interino que llame a una elección o lo nombra provincial hasta el próximo capítulo provincial.
- El consejo provincial se compone de al menos cuatro miembros, dos de los cuales son elegidos por el capítulo provincial. Tras recibir las recomendaciones del provincial, el superior general nombra a los demás consejeros y confirma la designación del asistente, del secretario y de la jerarquía de los consejeros. Todos ejercen su cargo durante tres años. El asistente provincial es el vicario del provincial. Si un consejero desea renunciar, debe consultar primero con el provincial y luego debe presentar su dimisión al superior general.
- La máxima autoridad de la Congregación recae en el capítulo general, que debe discernir y decidir las cuestiones más grandes del bien común y regular las relaciones entre las sociedades y entre las provincias. Comprende como capitulantes de oficio: el superior general que lo preside, los asistentes generales y los provinciales. El número de capitulantes elegidos es superior al de los capitulares de oficio. Los capitulantes se eligen según la paridad, de manera que las sociedades estén representadas por un número igual de capitulantes, excluyendo al Superior general. El Superior General se reúne y vota con las dos sociedades cuando actúan por separado.
- El capítulo general se reúne regularmente cada seis años. Analiza el estado de nuestra vida y misión comunes, promueve y salvaguarda el patrimonio de la congregación, revisa y modifica los estatutos, emite decretos, recomendaciones y declaraciones, elige al superior general y a los asistentes generales y constituye, divide o suprime provincias. Se requiere la presencia de dos tercios de los capitulantes para que los actos sean válidos.
- La congregación es guiada y gobernada por el superior general, que tiene autoridad personal sobre todas las provincias, casas y miembros. Es elegido por dos tercios de los votos del capítulo general para un mandato de seis años, o hasta el siguiente capítulo general ordinario y puede ser elegido para otro mandato consecutivo. Debe ser sacerdote y haber profesado votos perpetuos al menos diez años antes. Si su cargo queda vacante, el primer asistente convoca un capítulo general extraordinario en el plazo de seis meses para elegir un superior general para lo que queda del mandato. Con el consentimiento de los demás asistentes, puede esperar al siguiente capítulo ordinario si éste se celebra en el plazo de un año. En el intertanto, actúa como superior general interino el primer asistente y las acciones que requieran las órdenes sagradas son llevadas a cabo por el primer sacerdote asistente.
- Si el superior general se siente obligado a renunciar durante su período, debe consultar a los asistentes generales y luego presentar su renuncia a la Santa Sede, a no ser que en ese momento se esté celebrando un capítulo general extraordinario. Sólo la Santa Sede puede remover al superior general.
- El superior general es asistido por un consejo general de cuatro o seis miembros. Los dos primeros asistentes son elegidos por el capítulo general, los otros son nombrados por el superior general según el Estatuto 103(a) modificado. Todos ejercen sus funciones por un período que coincide con el del superior general. Los asistentes ocupan el grado alternativamente por sociedad, perteneciendo el primer asistente siempre a la sociedad distinta de la del superior general. El primer asistente es el vicario del superior general. El secretario general y el tesorero general son nombrados por el superior general y están bajo su autoridad.
- El consejo de la congregación es un órgano consultivo cuyos miembros son el superior general, que convoca y preside las reuniones, los asistentes generales, el provincial, el viceprovincial y, según los estatutos, los superiores de distrito. Se puede invitar a otras personas. El consejo se ocupa de la vida y la misión de la congregación. También proporciona al superior general una asesoría más amplia en su deber de unificar la planificación de la congregación, especialmente para las nuevas obras y fundaciones internacionales.
- La voz activa o el derecho a voto, corresponde a todos los miembros de la congregación con votos perpetuos o los que hayan estado en votos temporales al menos cuatro años. Un capítulo provincial puede extender la voz activa plena o limitada a otros miembros.
- La voz pasiva o el derecho a ser elegido para un cargo, corresponde a todos los miembros de la congregación con votos perpetuos, sujeto a las disposiciones de las constituciones y de los estatutos.
- Cuando el provincial es un hermano, todos los actos que implican la orden sagrada o la jurisdicción eclesiástica son realizados por su sacerdote consejero o son remitidos al superior general.
- La congregación a nivel general, las provincias, las viceprovincias, los distritos y las casas locales tienen el derecho y la capacidad de adquirir, poseer, administrar y enajenar bienes materiales. Estos bienes se administran de acuerdo con los estatutos, los decretos capitulares, el derecho canónico y el derecho civil y de acuerdo con la respectiva autoridad de los superiores mayores. Los bienes son administrados como los bienes de una congregación de hombres que comparten el voto de pobreza y están comprometidos con la justicia social en medio de los pobres en este mundo.
- Si un miembro busca la separación temporal o permanente de la congregación o si la congregación considera necesario expulsar a un miembro, se deben respetar las normas del derecho canónico. Los miembros que han sido legítimamente separados pueden ser admitidos nuevamente, según las normas del derecho canónico.
- Los estatutos de la congregación se modifican por mayoría absoluta del capítulo general. Las constituciones se modifican con los dos tercios de los votos del capítulo general con la aprobación de la Santa Sede.
- Todos los miembros de la congregación ratificarán y encarnarán su fidelidad al Señor y su hermandad en Santa Cruz, respetando estas constituciones con una obediencia sincera y sin reservas.
CONSTITUCIÓN 8: LA CRUZ, NUESTRA ÚNICA ESPERANZA
- El Señor Jesús nos amó y entregó su vida por nosotros. Pocos de nosotros seremos llamados a morir como Él murió. Sin embargo, todos debemos entregar nuestras vidas con Él y por Él. Si quisiéramos ser fieles al evangelio, debemos tomar nuestra cruz cada día y seguirle.
- La cruz estaba constantemente ante los ojos de Basilio Moreau, cuyo lema para su congregación era Spes Unica. La cruz debía ser «Nuestra única esperanza».
- Jesús entró en el dolor y la muerte que inflige el pecado. Aceptó el tormento, pero nos dio a cambio la alegría. Nosotros, a quienes Él ha enviado a servir en medio del mismo pecado y dolor, debemos saber que también nosotros encontraremos la cruz y la esperanza que promete. El rostro de cada ser humano que sufre es para nosotros el rostro de Jesús que subió a la cruz para quitarle el aguijón a la muerte. La nuestra debe ser la misma cruz y la misma esperanza.
- Luchar por la justicia y no encontrar más que obstinación, tratar de reanimar a los que se han desesperado, estar al lado de la miseria que no podemos aliviar, predicar al Señor a los que tienen poca fe o no quieren oír de él… nuestro ministerio nos insinuará el sufrimiento de Jesús por nosotros.
- Entregarse y ser entregados a las necesidades del prójimo; estar disponibles y alegres como un amigo en Santa Cruz y dar testimonio mientras otros dudan; estar al lado del deber cuando éste se ha convertido en toda una carga y ningún deleite … también la comunidad puede acercarnos al Calvario.
- Ya sea el trato injusto, el cansancio o la frustración en el trabajo, la falta de salud, las tareas que superan los talentos, los períodos de soledad, la sequía en la oración, el distanciamiento de los amigos; o ya sea la tristeza de haber infligido algo de esto a los demás… habrá que morir en nuestro camino hacia el Padre.
- Pero no nos afligimos como hombres sin esperanza, porque Cristo el Señor ha resucitado para no morir más. Nos ha llevado al misterio y a la gracia de esta vida que surge de la muerte. Si nosotros, como Él, encontramos y aceptamos el sufrimiento en nuestro discipulado, nos moveremos sin torpeza entre otros que sufren. Debemos ser hombres que aporten esperanza. No hay fracaso que el amor del Señor no pueda revertir, ni humillación que no pueda cambiar por bendición, ni ira que no pueda disolver, ni rutina que no pueda transfigurar. Todo es absorbido por la victoria. No tiene más que regalos que ofrecer. Sólo nos queda descubrir cómo incluso la cruz puede ser soportada como un regalo.
- La resurrección es para nosotros un acontecimiento cotidiano. Hemos velado a quienes mueren en paz; hemos asistido a maravillosas reconciliaciones; hemos conocido el perdón de los que abusan del prójimo; hemos visto cómo el desamor y la derrota llevan a una vida transformada; hemos escuchado la conciencia de toda una iglesia despertar; nos hemos maravillado ante la insurrección de la justicia. Sabemos que caminamos por la primera luz de la Pascua y nos hace anhelar su plenitud.
- Junto a la cruz de Jesús estaba su madre María, que conoció el dolor y fue Señora de los Dolores. Ella es nuestra patrona especial, una mujer que soportó mucho que no podía entender y se mantuvo firme. A sus muchos hijos e hijas, cuya devoción debería llevarlos a menudo a su lado, les habla de esta cruz diaria y de esa esperanza diaria.
- Si bebemos el cáliz que a cada uno de nosotros se le ha derramado y entregado, a los siervos no nos irá mejor que a nuestro señor. Pero si esquivamos la cruz, también desaparecerá nuestra esperanza. Es en la fidelidad que una vez prometimos, donde encontraremos la muerte y la resurrección igualmente asegurados.
- Los pasos de aquellos hombres que nos llamaron a caminar en su compañía dejaron huellas profundas, como de hombres que llevan cargas pesadas. Pero no caminaron a tropiezos, sino a grandes zancadas. Porque tenían esperanza.
- Es el Señor Jesús quien nos llama. «Vengan. Síganme».