Reflexión Pentecostés: Ven Espíritu Santo.

En la Congregación de Santa Cruz, siempre llama la atención el celo de los hermanos y sacerdotes, por anunciar la esperanza del evangelio y acompañar en el dolor a quienes pasan por difíciles momentos en sus vidas. Somos también una comunidad donde las personas que trabajan con nosotros, o que nos conocen más cercanamente, frecuentemente nos preguntan: ¿Cómo pueden mostrar tanto cariño unos por otros, siendo tan diferentes?
 
Esta pregunta refleja una inquietud que se presenta a cada cristiano, a toda la Iglesia, a muchas familias, e incluso a cada joven: ¿cómo vivir en medio de nuestras propias diferencias, incluso con convicciones antagónicas, mostrando ese amor que nos permite ser luz en el mundo y fuerza para anunciarlo día a día?
 
Una de las figuras importantes en nuestra congregación fue el P. Theodore Hesburgh, C.S.C., quien por 37 años fue presidente de la Universidad de Notre Dame en los Estados Unidos. El P. Hesburgh vivió tiempos de grandes cambios. Enfrentó grandes desafíos para saber cómo guiar la universidad, pero sobre todo para saber cómo convivir con nuestras diferencias en tiempos de guerra, de violencia racial, de grandes transformaciones sociales y culturales, y transmitir una luz de esperanza en medio de la oscuridad. Al P. Hesburgh siempre se le vio como una persona optimista y con mucha esperanza. ¿Cuál fue la receta para poder sobrellevar esos momentos más duros? Entre sus escritos él cuenta que, su oración preferida era muy sencilla: “Ven Espíritu Santo, Ven Espíritu Santo”. Al comenzar el día y al terminarlo, volvía a decir: “Ven Espíritu Santo”. El Espíritu Santo era sin duda la luz y la fuerza que guió toda su vida.
 
Los tiempos actuales no son nuevos. En el evangelio leemos cómo el temor se había apoderado de los discípulos y estando escondidos, con las puertas trancadas, por miedo a los judíos, recibieron el Espíritu Santo que no solo desarmó el miedo, pero los hizo salir a anunciar a Jesucristo muerto y resucitado. En esa misma sala, “se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, según el Espíritu les permitía expresarse … todos los oímos contar, en nuestras lenguas, las maravillas de Dios” (Hechos 2,4.11).
 
El Espíritu Santo derriba nuestros miedos, nos permite hablar, y nos abre a la maravilla de poder entendernos a pesar de nuestros diversas convicciones o idiomas. Que don más preciado para este tiempo de divisiones y conflictos. Para alcanzarlo, necesitamos caminar al modo de Jesús – sabiendo escuchar, sin miedo de hablar y sin diluir nuestras convicciones, guardando silencio para dejar abrir nuestros candados, volviendo una y otra vez a la oración, que es la única forma de encontrarnos con Jesús, y recibir la verdad de Dios.
 
Es en la eucaristía donde el Espíritu nos reúne como una sola familia. En la mesa de la eucaristía se nos recuerda como Jesucristo ha sido “hecho hombre por obra del Espíritu Santo”. Es el Espíritu Santo quien santifica por medio del sacerdote, los dones que le presentamos. Es quien nos congrega en un solo cuerpo a los que participamos en el Cuerpo y Sangre de Cristo.
 
Pidamos día a día, con las mismas palabras del P. Hesburgh, “Ven Espíritu Santo”, y derrame su Luz y su fuerza en las decisiones que no debemos postergar; en las dificultades que hay que afrontar; y sobre todo abrazar la convicción que el Espíritu Santo nos llevará a ser piedras vivas, del templo de Dios, reavivando ese amor fraternal al que somos llamados desde nuestro Bautismo.
 
José Ahumada, C.S.C.
11 mayo, 2024